¿Quántas veces hemos terminado la clase y al salir en la calle nos sentimos, no solamente como si tuviéramos que defender nuestras ideas constantemente, sino también, como si hubiéramos sostenido un golpe fuerte contra nuestra dignidad?
Hablemos de personas que tienen papeles multiples en esta vida y que quieren aprender algo nuevo en su tiempo libre, por ejemplo una lengua extranjera. No hay quien lo dude: aprender nuevas cosas debería ser una experiencia renovadora, una herramienta imprescindible en la lucha contra el aburrimiento, la depresión, el deterioro cognitivo, etc. Lo que es aún más importante es que el desarrollo de nuestras habilidades mediante el aprendizaje es un medio para escaparse de una realidad, al menos rutinaria sino, pura y dura.
Por muy claras que tengamos nuestras intenciones para apuntarnos a la clase de español, muy frecuentamente el resultado nos deja decepcionados. En vez de pasar por el umbral hacia un mundo diferente lleno de riqueza tanto histórica como cultural, quedamos atrapados en una sesión, casi de psicoterapía, para el profesor. No se puede explicar más concretamente nuestra aventura, sino como si estuviéramos implicados en una confabulación de debate constante, durante el que tendríamos que defender nuestras ideologías culturales, políticas y tal, hasta el final sagrante. Y eso, porque nos ha tocado un profesor indignado, desesperado o, por lo menos, infeliz de su propia vida. Y, por si fuera poco eso, ese pobre autoexiliado siente la imperiosa necesidad de compartir sus complejos y, lo que es aún peor, imponer su ideología nihilista a los demás. Es decir a, lo que él percibe como, la audiencia receptiva de su queja incesante que nada funciona en esta sociedad, y no lo hará nunca.
De ahí nuestra respuesta ´alto, claro y despacio´: El papel del profesor, aparte de eneñar la materia indicada (en nuestro caso, español), es de guiar, motivar, encontrar los puntos débiles y fuertes de sus alumnos y ayudarles a desarrollar sus potencias en su materia indicada. La propaganda nihilística sobre la sociedad griega, incluso si la conversación surge como excusa para hablar sobre temas de actualidad, ni siquiera su opinión personal acerca de lo que no funcione en Grecia, está fuera de lugar.
Y aún más lejos de su papel como profesor.
Estamos allí para aprender, no para seguir mirando al espejo. Eso lo consiguen los medios de comunicación día tras día. Pero, de escuchar otra vez Santa María las mismas diatribas en español y, además, pagar por eso, es como una torura autoinflingida y una actividad a la que no nos apuntaremos.
Sacamos la carta roja al maltrato del profesor.
Hablemos de personas que tienen papeles multiples en esta vida y que quieren aprender algo nuevo en su tiempo libre, por ejemplo una lengua extranjera. No hay quien lo dude: aprender nuevas cosas debería ser una experiencia renovadora, una herramienta imprescindible en la lucha contra el aburrimiento, la depresión, el deterioro cognitivo, etc. Lo que es aún más importante es que el desarrollo de nuestras habilidades mediante el aprendizaje es un medio para escaparse de una realidad, al menos rutinaria sino, pura y dura.
Por muy claras que tengamos nuestras intenciones para apuntarnos a la clase de español, muy frecuentamente el resultado nos deja decepcionados. En vez de pasar por el umbral hacia un mundo diferente lleno de riqueza tanto histórica como cultural, quedamos atrapados en una sesión, casi de psicoterapía, para el profesor. No se puede explicar más concretamente nuestra aventura, sino como si estuviéramos implicados en una confabulación de debate constante, durante el que tendríamos que defender nuestras ideologías culturales, políticas y tal, hasta el final sagrante. Y eso, porque nos ha tocado un profesor indignado, desesperado o, por lo menos, infeliz de su propia vida. Y, por si fuera poco eso, ese pobre autoexiliado siente la imperiosa necesidad de compartir sus complejos y, lo que es aún peor, imponer su ideología nihilista a los demás. Es decir a, lo que él percibe como, la audiencia receptiva de su queja incesante que nada funciona en esta sociedad, y no lo hará nunca.
De ahí nuestra respuesta ´alto, claro y despacio´: El papel del profesor, aparte de eneñar la materia indicada (en nuestro caso, español), es de guiar, motivar, encontrar los puntos débiles y fuertes de sus alumnos y ayudarles a desarrollar sus potencias en su materia indicada. La propaganda nihilística sobre la sociedad griega, incluso si la conversación surge como excusa para hablar sobre temas de actualidad, ni siquiera su opinión personal acerca de lo que no funcione en Grecia, está fuera de lugar.
Y aún más lejos de su papel como profesor.
Estamos allí para aprender, no para seguir mirando al espejo. Eso lo consiguen los medios de comunicación día tras día. Pero, de escuchar otra vez Santa María las mismas diatribas en español y, además, pagar por eso, es como una torura autoinflingida y una actividad a la que no nos apuntaremos.
Sacamos la carta roja al maltrato del profesor.
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