Todos hemos sido testigos de una amistad sincera y, es más, de personas que afirman que tienen amigos de toda la vida. Dicho hecho es especialmente importante hoy en día cuando el ritmo de vida acelerado apenas permite tener el tiempo adecuado para mantener relaciones personales como antes. Sin embargo, más que nunca, nuestras relaciones están sufriendo por la alienación de la gente y la competitividad sobre quién tiene más, como ejemplo, poder adquisitivo, bienes materiales, mejor puesto de trabajo, etc. Por un lado, estamos viviendo en la era de la comunicación cuando las nuevas tecnologías de la Red y, también, de los medios de transporte nos ayudan a quedar con amigos y conocer nueva gente. Por otro lado, a nuestras relaciones les faltan la profundidad y la importancia que deberían tener para nosotros. Además, según las estadísticas, cada vez más personas eligen vivir solas sin pareja. En cambio de amigos muchas veces preferimos escondernos detrás de la pantalla del ordenador y navegar por las redes sociales. Nos hemos vuelto desconfiados de la gente y de la verdadera conexión con otras personas. Y esto, no porque tengamos miedo de otros sino por nuestra incapacidad de relacionarnos con ellos. Según mi experiencia, por ejemplo, suelo relajarme con amigos, pero no creo que tenga amigos verdaderos, solamente amigos por casualidad, quienes van a ser sustituidos por otros en la próxima etapa de mi vida. En este sentido, no opino que mis amigos estén un ´tesoro´ para mi, porque todos los acontecimientos de mi vida cambian constantemente. En suma, la afirmación que supone el tema de nuestra exposición puede ser verdad hasta el punto que no confundamos los amigos con nuestra familia. En este mundo tan frívolo lo que tiene más valor es nuestra familia. Y deberíamos valorarla como un tesoro, por lo menos.